El Zakat

um muhammad al-mahdi

لا اله الا الله محمد رسول الله
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El Zakat (La Parte del Pobre)

Una de las obligaciones inmediatas del hombre que se somete a Al-lâh es
el Zakât, que debe entregarse anualmente y consiste en un determinado porcentaje sobre bienes concretos. Se trata, como sabemos, de uno de los cinco arkâ, o pilares, del Islam. Cada año, el día de la ‘âshûrâ del mes de muhárram (el décimo día del primer mes lunar) los musulmanes hacen cuentas para cumplir con esta obligación y entregan parte de sus bienes a los necesitados.

En la sura 9, en el ayat 60, se mencionan los destinatarios “naturales” del Zakât:
“Las ofrendas dadas por Al-lâh son sólo para los pobres, los necesitados, los que se ocupan de ellas, aquellos cuyos corazones deben ser reconciliados, para la liberación de seres humanos de la esclavitud, para aquellos que están agobiados por deudas, por la causa de Al-lâh y el viajero: es una prescripción de Al-lâh, y Al-lâh es omnisciente, sabio”.

La palabra Zakât aparece en el Corán unas treinta y cuatro veces, y otras es mencionada indirectamente. En muchas de estas ocasiones acompaña a la orden de realizar el Salât:
“wa aqîmû salât wa âtû zakât”
“Estableced el Salât y entregad el Zakât”,
lo cual quiere decir que ambos son indisociables. Del mismo modo que la Salât implica el sometimiento a Al-lâh de todo nuestro ser y nuestro cuerpo, mediante el Zakât nos sometemos desde un punto de vista social, considerando nuestros bienes no como nuestros sino como de Al-lâh, y que por tanto deben revertir sobre la ummah.
Al dar el Zakât devolvemos algo de lo que Su generosidad ha puesto en nuestras manos, lo devolvemos al mundo del cual lo hemos tomado como parte necesaria según las leyes lícitas del intercambio. Es algo necesario para el libre gozo de lo que hemos logrado, sabedores de que toda posesión es pasajera, que no hay nada esencial que nos vincule a los bienes materiales, por muy apegados que estemos a ellos. Es por ello que se nos habla de una “purificación de nuestros bienes” (Corán 19; 55), y en esta dirección hemos querido definir el Zakât como la conciencia de que nada de lo que tenemos es realmente nuestro.

Todas las llamadas escuelas jurídicas estipulan su obligatoriedad legal, y a veces se ha visto convertido en un impuesto. De este modo se quiere separar el Zakât de lo que es la limosna: no se trata de que uno dé “generosamente” de sus bienes una mínima parte a los necesitados, sino de que los necesitados tienen plenos derechos sobre una parte de tus bienes.
La diferencia es muy importante. En el primer caso la limosna (llamada Sádaqa, y que también puede considerarse obligatoria), puede tener un efecto benéfico sobre tu carácter, pero es una entrega que realizas en cierto modo desde el ego. Un ego ennoblecido, pero al fin y al cabo sientes que estas siendo generoso, te hace sentir bien contigo mismo. Pero reconocer a los pobres un derecho sobre nuestras posesiones es muy diferente a dar una limosna.
Debes ser consciente de que al dar el Zakât no estás dando nada tuyo, sino algo de los otros que se ha desviado “a tu bolsillo”. Debes saber que si no das el Zakât en la medida justa estás robando, cometiendo una transgresión infame. El Zakât es necesario para reestablecer ese equilibrio económico que el comercio —por su propia naturaleza— rompe. Aún en el caso de estar basado en la máxima corrección e idea de justicia, es evidente que hay gentes que salen más beneficiadas que otras, ya sea por su habilidad o por las circunstancias. Todo ello es legítimo en la mediad en que no nos cerramos a la acaparamiento de bienes que daña a la colectividad, en que hacemos fluir de nuevo nuestros beneficios hacia el cuerpo social.

Históricamente el Islam ha asistido a la tergiversación (a veces bienintencionada) del Zakât como impuesto. Algunos gobernantes han creído que eran ellos los que debían recaudarlo y servirse de él a su antojo. En vez de destinarse a los pobres, etc, en más de un momento ciertos mandatarios hipócritas lo han utilizado para aumentar sus riquezas, incluso a veces para armar ejércitos que iban a enfrentarse a otros musulmanes, y todo ello con la excusa de “la defensa del Islam”... Nosotros sabemos, sin embargo, que la verdadera defensa del Islam no puede asociarse a ningún gobierno o ninguna dinastía, sino a la plena realización de la justicia social.
Hoy en día las dificultades para establecer el Zakât según el mandamiento coránico son enormes. No debemos confundirla con los impuestos que el Estado nos reclama, pues estos son básicamente un robo que tan solo sirve para aumentar las diferencias sociales. Se trata dc mejorar la “calidad de vida” de los ricos, de agigantar el aparato burocrático, militarizar las sociedades y financiar actividades que no sirven, como es evidente, para acabar con la pobreza.
Uno de los signos del hombre verdaderamente sometido a Al-lâh es que entrega el Zakât a quien lo necesita según un mandato interno y sin ninguna necesidad de la presión externa. Esta libertad hace que la obligatoriedad venga de dentro. Debemos interiorizar este mandamiento coránico como un pilar indispensable tanto para nuestro propio equilibrio interno como para la “salud social”. Os pido encarecidamente que meditéis en ello, pues de otro modo vuestro Islam no estará completo.

El Zakât es un acto de agradecimiento, y sin agradecimiento no hay entrega, no hay modo de disfrute digno, plenamente liberado. Al cumplir con la Zakât reconocemos implícitamente que todo pertenece a Al-lâh, que Él nos lo ha dado pero que no deja de pertenecerle.
El hombre sometido sabe que en el Zakât hay una sabiduría interna que lo aleja de las calamidades inherentes a un sentido de posesión malsano. El Zakât nos libera de la idolatría del dinero, de la posesión como un valor. Nos hace conscientes de que la propiedad, si no es sabiamente compartida, es un robo encubierto, pues cortamos con la fluidez del mundo, una fluidez cuyo restablecimiento constante el Islam nos reclama.
Cuando decimos que el creyente “hace sociedad” no nos estamos refiriendo a ninguna entelequia, sino al hecho de que con su comportamiento —mediante el pleno desarrollo de la ‘ibada— trata de limar las asperezas que su sociedad contiene. Para ello el Zakât y la Sádaqa son instrumentos imprescindibles, pues no hay nada más anti-islámico que tolerar la pobreza a nuestro lado, que no rebelarse contra las condiciones infrahumanas en las cuales viven millones de personas...
 
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